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Por Samuel Pérez Millos, escritor, conferenciante y Pastor de la Iglesia Unida de Vigo

«El cual se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarlos del presente siglo malo, conforme a la voluntad de nuestro Dios y Padre» (Gál. 1:4).

La Cruz, en el sentido de obra de salvación, es el núcleo esencial del Evangelio. La proclamación de la Cruz era cuestionada, despreciada como locura y repudiada en el tiempo del apóstol Pablo. Ante ese peligro, escribe la Epístola a los Gálatas. En ella presenta siete aspectos de la Cruz. Tomemos el primero de estos aspectos. El análisis del texto sugiere tres divisiones naturales: 1. La forma, 2. el objetivo y 3. la razón.

  1. La forma

La Cruz obedece al plan divino de redención. El sujeto bajo el pronombre relativo «el cual» no es otro que el Señor Jesucristo en una entrega voluntaria: «se dio a Sí mismo» (Juan 10:11, 15, 17, 18). Su entrega fue por nosotros. El apóstol se referirá a esta entrega, en modo individual, cuando dice «me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gál. 2:20). En esta entrega está la voluntad personal del Hijo de Dios, que se da para realizar la obra de salvación, como se enseña en la Epístola a los Hebreos: «¿Cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a Sí mismo sin mancha a Dios…?» (Heb. 9:14). Es el siervo que ofrece su vida por muchos (Is. 53:11). La expresión: «se entregó» debe entenderse como la muerte sacrificial del Salvador. Es una ofrenda, porque «se ofreció a Sí mismo», porque «para eso había venido» (Juan 4:34; 6:38). El Sacerdote se hace también víctima en ofrenda por el pecado.

Esta es la verdad suprema del Evangelio, que está presente en otros lugares: «Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos» (Mar. 10:45). Pablo resalta esta obra de Jesucristo para hacer notar la gravedad de la enseñanza de los que consideran que esa entrega no era suficiente y había de ser suplementada con las prácticas de la ley. Jesucristo se entregó como el Buen Pastor que da Su vida voluntariamente por las ovejas.

Esa entrega se hizo para llevar a cabo la sustitución del pecador. El Señor se entregó por nuestros pecados. El Señor no solo murió a favor del pecador, sino ocupando su lugar. Impulsado por un amor incompresible se entregó para librarnos de la responsabilidad penal del pecado. Para ello, tenía que sustituirnos ante la justicia de Dios, siendo hecho maldición, para que el perdido pudiera alcanzar la bendición de Dios en Cristo (Gál. 3:13, 14). Ese es el sentido que adquiere la frase «por nuestros pecados». De otro modo: «El cual fue entregado por nuestras transgresiones» (Rom. 4:25). Es lo que permite a Dios la justificación del pecador. Entregarse implica la muerte sustitutoria que satisface las demandas de la justicia divina, es a la extinción de la responsabilidad penal por el pecado, para todo el que cree. La causa de la muerte de Jesús es: «nuestros pecados». (cf. Rom. 5:8; 8:32; 2 Cor. 5:21; 1 Tes. 5:10; Tit. 2:14).

La entrega voluntaria de Cristo, tiene un componente de necesidad salvífica, puesto que se entregó a causa de nuestros pecados. Se establece a nuestros pecados como hecho y la cancelación penal de ellos como meta de la muerte del Salvador. La entrega voluntaria tiene un alto componente de obediencia: «haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Fil. 2:8). Es un acto de obediencia en amor. La obra de Cristo es cumplimiento de la obra de Dios, que ama entregándose. Pero, al mismo tiempo expresa la suprema vinculación de Jesús al prójimo perdido, como consumación plena de no buscar Su propio bien sino el del otro.

  1. El objetivo

La meta de la acción consistía en una liberación: «para librarnos», que es equivalente a que nos rescatase o nos redimiese. La Cruz es, pues, el lugar de redención. Este verbo expresa la idea de revertir una situación de alto riesgo. Se usaba para referirse a comprar mediante el pago de un precio al que está en el mercado de los esclavos y no podía liberarse por sí mismo.

En el Nuevo Testamento se utilizan tres verbos que trasladan la idea de rescate o redención con diferentes matices. Una de ellas expresa la de ir al mercado y pagar el precio por lo que se va a comprar (cf. 1 Cor. 6:20; 7:23, 30; 2 Ped. 2:1; Ap. 5:9; 14:3-4). Un segundo verbo añade el hecho de sacar lo comprado del lugar donde se encontraba (cf. 3:13; 4:5; Ef. 5.16; Col. 4:5). El tercero complementa la acción de libertad, otorgándola plenamente a quien se compra (cf. Luc. 2:38; 24:21; 1 Ped. 1:18).  Pablo utiliza aquí el modo verbal que es el aoristo de subjuntivo en voz media del verbo que equivale a librar, rescatar, denotando el interés de quien realiza la acción.

La liberación tiene que ver con el presente siglo malo. El calificativo malo vinculado a siglo, añade un concepto no común en la literatura del Nuevo Testamento. Se suele hablar de siglo para referirse a tiempo y como el siglo venidero (Heb. 6:5). Cristo lo usó así en referencia a Su reino (Mar. 9:1). Aquí se refiere al tiempo actual y su condición que es malo. Quiere decir que la acción conduce a la liberación del mundo dominado por el mal (Juan 17:15). Los cristianos somos llamados a no conformarnos a este siglo malo, sino a vivir experimentando la libertad que nos ha sido otorgada por la obra de Cristo, viviendo lo que es bueno y agradable a Dios (Rom. 12:2). Los creyentes han sido liberados del control de los poderes del mal que dominan este siglo. Es necesario que quien vive en la verdadera libertad se distancie de la esclavitud del presente siglo malo.

III. La razón

Esta obra, que tiene que ver con la salvación y sus resultados, obedece a la soberanía de Dios y se ajusta definitivamente a la voluntad de nuestro Dios y Padre. No hay otra razón; sólo la voluntad de Dios. En el pensamiento de Pablo está presente la soberanía divina para salvación. Así lo expresa: «En amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad» (Ef. 1:5). La razón de la adopción como hijos es «el puro afecto de Su voluntad». Dios determinó que los salvos seamos Sus hijos, motivado únicamente por amor, no sólo por soberanía sino por supremo deleite: «el puro afecto».

¿Tenemos un concepto claro de la Cruz como lugar de sustitución? ¿Hemos sentido en la intimidad de nuestra vida que el Señor tomó nuestro lugar cancelando la deuda impagable de nuestro pecado? Solo así seguiremos por gratitud a Jesús en el camino.

 

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