Por Asun Lendínez
Antes tenían todo en común y oraban en la noche…”, canta Marcos Vidal en su canción “Cristianos”. Aunque no tenemos totalmente “todo en común”, ni oramos exclusivamente “en la noche”, como Convención, podemos decir que la oración y ayuda a nuestras congregaciones son señas de nuestra identidad. Haciendo un poco de memoria podemos recordar gratamente, cómo, históricamente, las iglesias más fuertes y numerosas a lo largo de nuestros cien años de historia, han contribuido a ensanchar el reino en nuestro país, extendiendo las estacas de su tienda a la derecha y a la izquierda, fomentando el crecimiento de las iglesias más pequeñas y cuidando de su desarrollo hasta que alcanzaban cierta madurez. Hoy, realizando un ejercicio de realidad, somos conscientes de nuestras limitaciones ante la creciente necesidad a la que nos enfrentamos cada año que pasa; antes eran un puñado de iglesias las que pasaban por dificultades de diferentes índoles, hoy cada día son más y más, aquellas que pueden estar en ciertos “apuros” que dificultan su dinámica de crecimiento.
No somos la única Unión de Iglesias en estas circunstancias. En cierta ocasión visitando otro país, en una Convención de la Alianza Bautista Mundial, el Secretario General de dicha Convención, me preguntaba cómo sobrevivían las iglesias pequeñas en nuestra Unión, yo le comentaba que aunque tenemos un ministerio específico que responde a este perfil de iglesias, todavía era insuficiente. Con asombro admitía su necesidad de desarrollar ministerios, estrategias y programas para paliar tales situaciones, reconociendo que las necesidades y dificultades iban en aumento. Creo, que, en la actualidad, estamos ante una etapa que precisa una revisión de esa nuestra visión, ya que, la gran mayoría de nuestras congregaciones son pequeñas y necesitadas de que desarrollemos empatía y verdadero cuidado por su permanencia, subsistencia y testimonio allí donde están. Para esto, es clave nuestra preocupación y amplitud de miras.
“Se cuenta que el dueño de una tienda de mascotas colocó un anuncio en el escaparate que decía: “Se Venden Cachorros”. Un niño al ver el cartel entró en la tienda y preguntó: “¿Cuánto cuestan los perritos?” El dueño contestó: “Depende del perro; cuestan entre 300 y 500 euros cada uno.” El niño metió su mano en el bolsillo, sacó algunas monedas y dijo: “Solo tengo veintisiete euros con cincuenta céntimos: “¿Me deja por lo menos que los toque?” El dueño se rio y dijo: “¡Por supuesto!”, abrió la jaula y sacó uno de los perritos más guapos que tenía. El niño observó que uno de los cachorros estaba escondiéndose en el rincón de la jaula y parecía que caminaba raro. Entonces preguntó: “Y ¿a aquel que le pasa?” El dueño le explicó que tenía daño en la cadera y que siempre sería cojo. El niño se llenó de esperanza y exclamó: “¡Ese es el perrito que quiero comprar!” El vendedor le contestó: “¡No, chaval!, no creo que quieras comprar ese perro. Si lo quieres, simplemente, te lo regalo.” El niño dijo: “No, no quiero que me lo regales. Ese cachorro tiene el mismo valor que cualquiera de los otros. Estoy dispuesto a pagar lo mismo que por los demás. Si te parece bien, te entregaré todo lo que tengo ahora, y prometo darte cincuenta céntimos cada mes hasta haberlo pagado por completo.” El vendedor siguió insistiendo en que no debería comprar ese cachorro. “¿Es que no lo entiendes, chaval?” Dijo: “Este perro jamás podrá brincar y correr contigo como los demás perritos”. Entonces el niño levantándose uno de los perniles del pantalón, le mostró el soporte de metal que reforzaba su pierna afectada por polio. “Pues yo tampoco brinco y corro”, dijo el niño con voz muy suave: “y este cachorro necesita a alguien que le comprenda bien”.
Algunas de nuestras congregaciones pueden sentirse como el cachorro, con dificultades para caminar, pero ante nuestro Dios tienen el mismo valor que otras más grandes. Las dificultades para caminar no determinan nuestro valor. Tenemos un compromiso recíproco de ayuda y sostenimiento ante las limitaciones. El apóstol Pablo nos propone esa forma de actuar diferente, espiritual y amable: “Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo.” (Gálatas 6:2) No es opcional, es un deber, actuando así, llevamos a cabo la tarea que nos ha sido encargada como hijos de Dios. Amarlo con todo nuestro ser y a amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. No podemos olvidar que éste es el “corazón” de todas nuestras doctrinas y, por lo tanto, coherentemente, de nuestras prácticas. Sabemos bien, que, si obedecemos estos dos mandamientos, estaremos cumpliendo todo lo que Dios requiere de nosotros. Amar así es más que “holocaustos y sacrificios”, de sobra lo comprendemos, aunque en ocasiones se nos olvida. Por eso desde esta tribuna, queremos recordarnos, parafraseando al mismo Pablo en 2ª Corintios 8:1-7, a que, aunque estemos pasando por pruebas y tribulaciones individuales o colectivas, nuestro gozo continúe abundando, para llevarnos a ser ricos en generosidad, y puesto que ya nos hemos dado nosotros mismos al Señor y a la gran Familia espiritual a la que pertenecemos, nos concedamos el privilegio de continuar participando en nuestro servicio integral los unos a los otros, no sólo conforme a nuestras capacidades, sino aún más allá de las mismas, porque consideramos un privilegio espiritual ser de bendición para todas y cada una de las iglesias que componen nuestra Unión.
Reconozcamos que aún las congregaciones más grandes, fueron pequeñas en un momento de su historia, por eso hacer memoria de nuestros comienzos, nos impulsará a no ahorrar esfuerzos por continuar apoyando y cuidando de esas congregaciones que necesitan nuestra mano, porque, queridos hermanos, una comunidad justa es un testimonio para el mundo…