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Por Emilio José Cobo, Pastor y Director Ministerio de Juventud UEBE

Texto bíblico: 1 Reyes 3:5-14

En Gabaón se le apareció en sueños Jehová a Salomón una noche. Y le dijo Dios:
—Pide lo que quieras que yo te dé.
Salomón le respondió:
—Tú has tenido gran misericordia con tu siervo David, mi padre, porque él anduvo delante de ti en verdad, en justicia y rectitud de corazón para contigo. Tú le has reservado esta tu gran misericordia, al darle un hijo que se sentara en su trono, como sucede en este día. Ahora pues, Jehová, Dios mío, tú me has hecho rey a mí, tu siervo, en lugar de David, mi padre. Yo soy joven y no sé cómo entrar ni salir. Tu siervo está en medio de tu pueblo, el que tú escogiste; un pueblo grande, que no se puede contar por su multitud incalculable. Concede, pues, a tu siervo un corazón que entienda para juzgar a tu pueblo y discernir entre lo bueno y lo malo, pues ¿quién podrá gobernar a este pueblo tuyo tan grande?
Al Señor le agradó que Salomón pidiera esto. Y le dijo Dios:
—Porque has demandado esto, y no pediste para ti muchos días, ni pediste para ti riquezas, ni pediste la vida de tus enemigos, sino que demandaste para ti inteligencia para oír juicio, voy a obrar conforme a tus palabras: Te he dado un corazón sabio y entendido, tanto que no ha habido antes de ti otro como tú, ni después de ti se levantará otro como tú. También te he dado las cosas que no pediste, riquezas y gloria, de tal manera que entre los reyes ninguno haya como tú en todos tus días. Y si andas en mis caminos, guardando mis preceptos y mis mandamientos, como anduvo tu padre David, yo alargaré tus días.

Si Dios se apareciera en mitad de la noche para ofrecerte la oportunidad de pedir un solo deseo, ¿qué le pedirías? Desde antaño, las narraciones acerca de personas que reciben por sus buenas acciones la posibilidad de solicitar de un ser todopoderoso un deseo reflejan el anhelo que el ser humano tiene por cambiar el curso de su destino triste y duro por otro más feliz. Ahí tenemos el cuento del genio encerrado en la lámpara, el cual es liberado tras milenios de haber sido confinado a tan estrecha habitación por un muchacho ignorante del contenido de esta lámpara. Al saborear la libertad, este genio propone a su libertador que demande de él tres deseos que cumplirá en cuanto sean verbalizados.

El problema siempre radica en qué pedir. Solicitar un deseo que provea riquezas innumerables puede torcer un camino de humildad, convirtiéndolo en una senda de orgullo y egocentrismo. No es tan sencillo desear algo de manera correcta y con perspectiva de futuro. Cuando Dios habla en sueños a Salomón, expresa con palabras aquello que cualquier ser humano podría desear en el lugar de un rey como inmortalidad, riquezas o venganza sobre los enemigos (v. 11). Si Dios te dijese como a Salomón “pide lo que quieras que yo te dé” (v. 5), algunos podríamos caer en la tentación de lograr una gran longevidad, ya que el ser humano teme a la muerte; una posición financiera y económica repleta de lujos, ya que el ser humano teme a la pobreza; o el fin de cualquier amenaza que pudiera cebarse en nosotros, ya que el ser humano tiene miedo al dolor y la humillación.

A. ANTES DE DESEAR HAY QUE MANIFESTAR HUMILDAD (v. 7)

Notemos por un instante el tono en el que Salomón se dirige a Dios tras conocer que iba a recibir aquello que su corazón pudiese desear. En primer lugar, Salomón no se apresura a expresar ese deseo. Cuando una oportunidad así se presenta, lo más sensato es reflexionar profundamente sobre el alcance que ese deseo tendrá en él, en aquellos que le rodean y en su relación con Dios. Salomón sabe que no es cualquier cosa tomar una decisión de tal calado, y prefiere valorar el peso y efectos de su deseo.

En segundo lugar, el rey no duda en recordar las bondades de Dios para con su padre David, y agradece que él mismo pueda estar ahora al mando de un pueblo al que debe gobernar con justicia e inteligencia (v. 6).

Y, en tercer lugar, Salomón reconoce que, ante la grandeza de Dios, él solo es un siervo. No solo es joven y sin experiencia, algo que confiesa abiertamente, sino que también asume que necesita ser guiado, dirigido y acompañado por el Señor en su trayectoria como rey de Israel.

Del mismo modo en que Salomón procedió, nosotros también hemos de proceder. Cuando queramos solicitar y rogar algo a Dios, primero es preciso no acudir a Él a tontas y a locas, con la urgencia y la desesperación que acompañan a la necesidad. Es necesario en esos momentos poder pacificar nuestra mente y nuestro corazón, rogar que el Espíritu Santo nos guíe en nuestro deseo, y así pedir a Dios de manera correcta y según su santa voluntad.

B. UN DESEO AGRADABLE A DIOS (vv. 9-12)

Salomón sorprende a la naturaleza pecaminosa del ser humano al desear algo que no hubiese deseado ninguno de los soberanos de las naciones vecinas. Éstos seguramente hubiesen optado por el vigor de una eterna juventud para perpetuarse en el poder, por cantidades ingentes de dinero para costearse una vida llena de lujos y un ejército bien pertrechado, o por la victoria sobre cualquier adversario, ampliando las fronteras de sus reinos hasta más allá del horizonte. Sin embargo, Salomón desea un corazón atento para gobernar a todo un pueblo, así como la capacidad de distinguir entre lo bueno y lo malo. Consciente de su misión como rey de Israel, Salomón solicita de Dios la aptitud de poder ser justo en sus decisiones, anteponiendo el bien, la misericordia y la paz a la injusticia, el odio y la violencia, características propias de los tiranos de sus días.

Esta petición, contraria a los deseos más egoístas que otros podrían tener, logra en Dios un agrado tan grande, que éste no vacila en expresarlo en forma de alabanza hacia su siervo Salomón. Ha tomado la decisión correcta, y por ello, Dios le concederá, no solo su deseo, sino que lo inundará de bendiciones sin número (v. 13). En el preciso instante en el que nuestra voluntad coincide con la de Dios, toda una vida de bendiciones celestiales, tanto materiales como espirituales se abre ante nosotros del mismo modo que sucedió en el caso del rey Salomón.

C. DESEOS ACOMPAÑADOS DE OBEDIENCIA (v. 14)

De nada serviría tomar la decisión correcta si después Salomón hubiese caminado según sus caprichos e hiciese aquello que le diese la gana en su gobierno y administración de justicia. De nada valdría haber recibido de Dios un regalo tan increíble, si después hubiese puesto esta sabiduría al servicio del mal. Salomón afrontaba una senda repleta de pruebas, tentaciones y responsabilidades. Si quería que el don de la inteligencia con que Dios lo había investido surtiese efecto, Salomón no podía hacer otra cosa que andar en los caminos de Dios. Las funestas consecuencias de desviarse de estos caminos los tenemos en el relato posterior de cómo dilapidó su gloria, conocimiento y riqueza entregándose a la idolatría y al trato injusto sobre sus propios súbditos.

Nosotros también hemos recibido dones de Dios de muchas formas. La cuestión es si estos regalos que el Señor nos ha dado por gracia los estamos empleando dentro de los parámetros de la obediencia debida a Dios. En el instante en el que rogamos a Dios que nos dé sabiduría, paz, alivio para nuestro dolor, paciencia, amor o estabilidad económica, hemos de colocar esa respuesta de Dios en el marco de la obediencia y de la mutua edificación fraternal. Si obtenemos de Dios cualquier don, y preferimos esconderlo para nuestro disfrute, estaremos contraviniendo la voluntad de Dios de compartirlo con nuestros hermanos. Recordemos que Dios nos da para dar, y que nada es nuestro, sino que solo somos administradores que, honestamente, han de desarrollar, gestionar y aplicar los dones dados para beneficio de la iglesia.

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